Quiero
correr una maratón… ¿Por dónde empiezo?
Todos sabemos o intuimos que
la práctica deportiva moderada tiene múltiples beneficios para nuestra salud; además de permitirnos lucir mejor desde el
punto de vista físico, el ejercicio nos ayuda a mantener valores óptimos de tensión,
glucosa y colesterol, entre otros, además de proporcionar un beneficio psicológico
y sobre el nivel de autoconfianza por la satisfacción del trabajo bien hecho.
Sin embargo, el deporte en
exceso, sin las precauciones oportunas y, sobre todo sin una adaptación
progresiva, puede traer consecuencias negativas y hacer sobrevenir la tan
temida lesión o incluso complicaciones más importantes. Uno
de los mejores ejemplos de cómo el deporte puede ser un arma de doble filo es
la Maratón, una especialidad atlética que supone un reto físico y
psicológico que no pocos quieren afrontar, pero que ha de hacerse correctamente
para no poner en peligro nuestra salud.
Son muchos los factores que
influyen en la preparación de una maratón, pero no nos engañemos, la base, sin
duda, es un entrenamiento de calidad con distancias progresivamente en aumento
que oscilan entre 60 y 100 km por semana, en función de nuestros objetivos. Cuando menos, hemos de mentalizarnos para entrenar
de tres a seis días por semana, y un mínimo de tres meses, si queremos afrontar
el reto con ciertas garantías. La edad, el peso, la condición física, la dieta,
el descanso, el calzado y hasta la selección del terreno de entrenamiento son otros
factores que influyen en el proceso de preparación, y que si descuidamos
estaremos avocados a una lesión o a un estado de sobreentrenamiento.
Una nutrición equilibrada y
adaptada a una carrera de gran fondo es clave para lograr nuestro objetivo. Necesitaremos gran cantidad de hidratos de
carbono, arroz, pastas, cereales, entre 200 y 300 gramos antes y después de cada
entrenamiento de fondo; la ingesta de verduras, frutas, algo de proteína e
incluso algún suplemento vitamínico complementa la dieta ideal para un deporte
de larga distancia como este.
Hay
que tener en cuenta que, a medida que avanza la temporada, se va produciendo un
desgaste a nivel metabólico a varios niveles, siendo el más evidente el de la
capacidad de transportar oxígeno de la sangre, en forma de anemia. Pero también
podemos ir acumulando fatiga a nivel muscular, por lo que es muy
importante cuidar todos los detalles mencionados, tener objetivos concretos en
la temporada y realizar descansos a lo largo del año para permitir la
recuperación del organismo.
Igualmente, es muy
recomendable realizarse un chequeo médico previo para conocer nuestro estado de
salud general antes de lanzarse a correr una maratón. Podemos tener pequeñas alteraciones que no afecten
nuestro día a día pero que, al someter al cuerpo al estrés físico de una
maratón, pueden derivar en un problema importante. Un análisis de sangre que
nos permita ver la capacidad de transporte del oxígeno en la sangre, glóbulos
rojos, niveles de hemoglobina, función renal e iones, niveles de glucosa para
descartar una diabetes latente, medición periódica de la tensión arterial y el
pulso, entre otros, pueden ayudar a prevenir sorpresas desagradables; asimismo,
someterse a un electrocardiograma, e incluso un ecocardiograma, para detectar posibles arritmias o alteraciones eléctricas
del corazón podría detectar hallazgos precozmente susceptibles de desaconsejar el
correr una maratón.
Por último, decir que, en la
medida de lo posible, resulta muy aconsejable dejarse orientar por
especialistas en salud,
nutrición, medicina deportiva, entrenamiento e incluso por otros corredores más
experimentados para acortar la curva de aprendizaje a la hora de preparar una
maratón y hasta para aprender cómo se comporta nuestro organismo ante el
esfuerzo.
Correr puede parecer algo
sencillo, pero cómo preparar y cómo correr una carrera de estas características
implica un aprendizaje, un
proceso, y no es muy difícil caer en una lesión por sobrecarga, o sufrir
problemas más graves si nuestro cuerpo no está acostumbrado o hemos llevado una
vida sedentaria recientemente. Para los menos habituados, lo más adecuado es empezar
a entrenar de forma muy discreta, suave, casi caminando, e ir subiendo la
intensidad y las distancias muy poco a poco para que el organismo se vaya
adaptando.
Conocerse ante el esfuerzo
también es importante; se pueden hacer carreras de más corta distancia con este
objetivo para experimentar las sensaciones en competición y aprender a
distinguir entre una fatiga normal provocada por el esfuerzo de lo que serían
signos de alarma; en
ocasiones una deshidratación, un golpe de calor u otros cuadros graves son tristemente
ignorados hasta el extremo por un exceso de motivación, y esto puede llegar a
poner en riesgo nuestra salud.
Está en nuestra mano hacer de
la carrera y del reto de correr una maratón un hecho inolvidable en lo positivo
y recuerda que...
“para hacer deporte, primero
has de estar en forma”.
Dr.
Gonzalo Samitier
Traumatólogo especialista en
lesiones deportivas, artroscopia, hombro y rodilla del Hospital General de Villalba.
Eres
runner? Estas son las lesiones más habituales
A
pesar de lo que pudiera parecer inicialmente, el runner es un tipo de
deportista especialmente propenso a las lesiones por el impacto repetitivo que
supone la carrera continua, especialmente en aquellas personas con morfotipo poco
favorable, con baja condición física o que acumulan lesiones previas; las
lesiones más frecuentes asociadas a la carrera son sobre todo aquellas que
tienen que ver con la sobrecarga a nivel de rodillas, caderas, pies, tobillos o
espalda.
Una
de las lesiones más habituales es el síndrome de la cintilla iliotibial o
rodilla del corredor, muy característica de este tipo de deportistas. No es una
patología grave para el futuro de la rodilla ni suele interferir con
actividades cotidianas, pero puede dejar fuera de juego durante meses a aquellos
deportistas que lo sufren pues una vez que se desencadena es difícil de frenar
si no es bajando el nivel de intensidad deportiva o incluso cesando la misma
temporalmente. El movimiento repetitivo de flexo-extensión de la rodilla
durante la carrera produce una fricción entre la fascia lata en su parte más
distal, próxima a la rodilla y el fémur en su parte lateral; el dolor es muy
característico en la cara lateral de la rodilla al cabo de varios minutos o
kilómetros hasta el punto que obliga a detenerse al corredor o bajar el ritmo
para disminuir la intensidad del dolor; con los primeros síntomas es
recomendable bajar el ritmo de entrenamientos o incluso olvidarnos de correr
durante un tiempo e iniciar un programa de estiramientos específicos y medidas
con antiinflamatorias como puede ser, la fisioterapia, la aplicación de frío
local o la toma de AINEs (antiinflamatorios no esteroideos).
El
síndrome fémoro-patelar es otra de las lesiones más conocidas por los
corredores, si bien puede darse en todo tipo de deportistas, pero también en personas
sedentarias. Cuando corremos, la rótula se desliza por delante del fémur en una
especie de canal denominado tróclea femoral; este movimiento repetitivo puede
originar una sobrecarga o discreto desgaste del cartílago, que desencadena los
síntomas, fundamentalmente un dolor anterior de rodilla que se nota como por
detrás de la rótula. Las recomendaciones son similares, bajar el ritmo de entrenamientos,
centrarse en mejorar la fuerza del cuádriceps y ser consciente del nivel físico
actual antes de demandarle un esfuerzo excesivo a la rodilla.
La
fractura de estrés es otro viejo conocido del corredor; también conocida como fractura
por sobrecarga puede darse casi en cualquier localización, pero en el corredor,
pie, tobillo, cadera y rodilla son las localizaciones más habituales. Suele
producirse por un mecanismo repetitivo como el que se produce en la carrera
siendo a veces difícil su diagnóstico inicial si no se sospecha. De forma
concreta las fracturas de estrés más típicas en los corredores son las fracturas
del cuello del segundo metatarsiano y del quinto, más conocida esta última por
haberla sufrido conocidos deportistas en el mundo de fútbol, lo mismo que la
fractura de estrés de tibia; ambas pueden tener indicación quirúrgica.
Especialmente
pesada y también frecuente en el corredor es la fascitis plantar, que no es
otra cosa que una sobrecarga e inflamación del arco plantar. El dolor suele
localizarse en la parte interna del talón y el arco del pie, a menudo cursando con
la imagen clásica de espolón calcáneo en la radiografía. Como toda lesión por
sobrecarga, de nuevo, bajar el ritmo, los estiramientos y la fisioterapia son
la base del tratamiento inicial; el uso de plantillas con soporte del arco
plantar y/o zapatillas con un buena amortiguación y adaptación a nuestro arco
del pie son otra de las recomendaciones para evitar que se cronifique el
cuadro; en último extremo las infiltraciones o la cirugía pueden ser necesarios
para resolver el cuadro.
La
tendinopatía del aquiles es también muy típica en el deportista que corre
habitualmente o que realiza deportes de salto y pivotaje. La fisioterapia, los
estiramientos, ejercicios excéntricos y un reajuste en el nivel de intensidad
de los entrenamientos son las soluciones más habituales en el manejo inicial. Caso
diferente es la rotura del tendón de Aquiles; en este caso nos encontramos ante
una lesión más importante y limitante, que en el paciente deportista va a hacer
necesaria una intervención quirúrgica. La prevención de dicha rotura espontánea
del tendón no siempre es posible porque no siempre avisa, pero si padecemos una
tendinopatía crónica debilitante del mismo lo mejor es no llegar a un punto de
dolor incapacitante y evitar las infiltraciones con corticoide local en dicha
zona.
Por
último, hablar de otras dos lesiones características del corredor; una muy
frecuente la lumbalgia, ocasionada por el desgaste y la pérdida de la capacidad
amortiguadora del disco entre dos vértebras, y cuyo tratamiento inicial debe
centrarse en lograr un buen balance muscular del tronco, musculatura lumbar y
abdominal; en segundo lugar, hablar de un problema bastante poco conocido, el
Síndrome Compartimental Crónico. Se trata de un cuadro característico del
paciente joven que practica deporte de carrera o salto y se desencadena porque
durante la actividad deportiva el músculo se llena de sangre, pero no tiene
espacio para expandirse por la presencia de una "tela" que cubre al
músculo, denominada fascia, que es demasiado tensa en estos deportistas. Este
cuadro lo describe el deportista como una sensación de excesiva tensión en los
músculos de la pierna, por delante o por detrás en la pantorrilla, hasta el
punto que le obligan a cesar la actividad. Su mayor complejidad pasa por que no
se dispone de pruebas diagnósticas fiables, por lo que el diagnóstico es,
fundamentalmente, clínico y el tratamiento eminentemente quirúrgico, se ha de
realizar una apertura de dicha "tela" o fascia para permitir que el
músculo se expanda con el ejercicio. Este problema lo sufren a menudo también
los motoristas en la región del antebrazo, siendo el manejo y tratamiento similar.
Estas
son solo algunas de las más frecuentes lesiones típicas o características del
runner; el mejor consejo para su prevención como siempre cuidar los detalles,
entrenamientos progresivos, técnica correcta y bajar el ritmo cuando aparecen
los primeros síntomas. En los casos más severos y prolongados debes ponerte en
manos de un especialista en Medicina y Cirugía Deportiva, quien establecerá un
diagnóstico preciso y sabrá decidir qué camino terapéutico es el mejor para ti,
conservador o quirúrgico, y en este último caso será el mejor cualificado para
llevar a cabo el procedimiento técnico de la intervención y garantizar tu
recuperación con mayor probabilidad.
Dr. Gonzalo Samitier
Traumatólogo especialista en
lesiones deportivas, artroscopia, hombro y rodilla del Hospital General de Villalba
Paciencia, constancia y confianza: las
virtudes del paciente lesionado
El paciente traumatológico que
ha necesitado una cirugía reparadora compleja a menudo pasa por distintas fases
psicológicas que es bueno conocer para no caer en el desánimo. Por descontado, la
elección del especialista es clave en este proceso; hemos de elegir aquella
persona con los conocimientos, la experiencia y la capacidad técnica para
resolver nuestro problema y a la vez que se muestre una persona cercana, que
nos genere confianza, que nos anime si la recuperación se alarga y que, si
surge una complicación no desaparezca y sea capaz de encontrar soluciones, así
como de mantener una comunicación honesta y sincera con el paciente buscando su
bienestar como único objetivo.
Es normal que una persona que ha
sufrido una lesión grave caiga en el desánimo ante el panorama que se le
presenta de un largo y, muchas veces, esforzado periodo de recuperación. Si el
paciente es un deportista profesional o realiza un trabajo que requiere actividad
física, ese desánimo se acentúa por la incertidumbre sobre qué consecuencias
tendrá ese periodo de inactividad en su economía y su carrera profesional.
La biología del paciente y la
experiencia del cirujano mandan sobre cualquier otra consideración. Los atajos
sólo pueden conducir al desastre de tener que volver a la casilla de salida si
no se atienden las pautas marcadas.
En términos generales, los dos o
tres primeros meses suelen ser los más difíciles para el lesionado. En ese
periodo estamos en la fase crítica de la cicatrización, por lo que en general
las pautas rehabilitadoras y de estilo de vida serán mucho más conservadoras y,
los progresos, exasperantemente lentos. Este es el tiempo en el que lo
importante es el “qué no se debe hacer”, lo que suele generar frustración e
impaciencia. Pero hay que saber que es en estos primeros meses cuando ponemos
los cimientos sobre el que edificar una terapia exitosa más adelante, en la que
los avances serán cada vez más visibles y rápidos.
Es también en esos primeros
meses cuando al paciente en ocasiones le pueden surgir dudas sobre sobre la
evolución de su lesión; “esto no avanza”, se puede preguntar uno mismo y es
cuando podemos cometer el error de preguntar a personas de nuestro entorno (o
al Dr. Google) que han sufrido teóricamente “la misma lesión”; craso error,
pues no hay dos lesiones iguales por la misma razón que no hay dos pacientes
iguales. La biología manda, y no será lo mismo una lesión que otra, un
tratamiento que otro, o la evolución en un joven deportista de 20 años, frente
a la evolución de una persona con hábitos de vida menos saludables, sedentario
o de mayor edad.
Por tanto, consultar a terceras
personas, incluso médicos, que no hayan analizado cuidadosamente tu lesión y el
tipo de cirugía exactamente al que has sido sometido sólo puede ser foco de estrés,
confusión y frustración. Si es un amigo o conocido que ha sido operado y le ha
ido bien, a menudo con una lesión más banal que a lo mejor no tiene nada que
ver con la tuya, contará que esto está chupado y que en cuatro días te habrás
recuperado; si le ha ido mal, dirá exactamente lo contrario. En el primer caso,
tú como paciente te vas a estresar, especialmente si tu evolución está siendo
más lenta, -aunque seguramente normal-; en el segundo supuesto, igualmente te
puedes sentir frustrado y temeroso ante el pesimista horizonte que se te presenta.
Pero esos dos o tres primeros
meses terminan pasando, y es entonces cuando sí necesitamos a ese paciente
optimista, animoso, trabajador, dispuesto a llegar al límite de lo aceptable
para lograr la recuperación. El riesgo de recaída es mucho menor, y el
cumplimiento estricto de las indicaciones médicas llevará a avances rápidos y
visibles. Aquí, la constancia es fundamental incluso hasta pasados 18 a 24
meses desde la lesión se produce mejoría. Con independencia del perfil de la
persona lesionada, dedicar el tiempo requerido a la recuperación provocará una
progresión de la que no se beneficiarán quienes, por distintos motivos, no mantengan
dicha constancia.
El especialista también debe ser
un profesional honesto con el paciente y advertirle de las posibles
complicaciones que pueden surgir tras una cirugía y durante el proceso de
rehabilitación. Las estadísticas está ahí y aunque es evidente que hay
cirujanos con mejores resultados que otros, dependiendo de la gravedad de la lesión,
del tipo de paciente, y de la complejidad de la intervención, hay siempre un reducido
porcentaje de casos en el que va a surgir una contrariedad; en esos casos un cirujano
con experiencia sabrá exponer la situación y resolver el problema y nuestra
misión como pacientes permanecer positivos y una vía de comunicación abierta
con el médico sobre nuestros temores y sensaciones.
En la mayoría de los casos, hay
una solución para cada lesión, incluso las más graves y es infrecuente que un
paciente no pueda recuperar una vida normal e incluso deportiva tras un
tratamiento correcto; y mientras esa recuperación ocurre, la vida tampoco tiene
porqué girar todo el tiempo en torno a la dichosa lesión y sus limitaciones
temporales, debemos tener confianza en nosotros, mantener la comunicación
abierta con nuestro médico y ser constantes en el cumplimiento de la rehabilitación,
virtudes todas estas del buen paciente.
Dr.
Gonzalo Samitier
Traumatólogo especialista en
lesiones deportivas, artroscopia, hombro y rodilla del Hospital General de Villalba
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